25.08.2020
Autor |
Especialista en bienestar subjetivo. Actualmente se desempeña como docente – investigador de tiempo completo de licenciaturas y maestrías en IEXE Universidad. |
El extraordinario incremento en la demanda de recursos y energía de la humanidad ha provocado grandes transformaciones en los ecosistemas, en los ciclos físicos y biogeoquímicos a escalas local y global, cuyas consecuencias no han podido ser determinadas aún en toda su magnitud.
Estos impactos han sido sobre todo generados bajo las relaciones sociales de producción imperantes, ya que podemos ver mayores y cada vez más asimétricos patrones de consumo soportados por formas de producción de gran impacto socioambiental.
En concierto con tales patrones crecientes de producción-consumo, el flujo de residuos ha aumentado. Los ritmos de explotación y erosión de la naturaleza se han estudiado desde la visión de “fronteras planetarias” o límites a la perturbación antrópica de procesos críticos del planeta Tierra, los cuales, de no violentarse, derivarían en un espacio de operación de relativa seguridad para la vida humana.
Las fronteras planetarias se enmarcan en el extremo final “seguro” de la zona de incertidumbre. Mientras más se transgreda la frontera, más alto será el riesgo de cambios de régimen, de procesos de desestabilización del sistema o de erosión de la resiliencia y, consecuentemente, menores las oportunidades para tomar medidas efectivas para evitar un cambio de régimen (Steffen et al. 2015).
Steffen et al. (2015) sugieren que existen dos niveles de límites planetarios. Por un lado, proponen al “Cambio Climático y la Integridad de la Biósfera” como límites centrales, los cuales, tienen por sí mismos el potencial de cambiar la operación del Sistema Tierra. El Cambio Climático y la Integridad de la Biósfera son fenómenos emergentes a nivel sistémico altamente conectados con el resto de los límites planetarios; de ahí su relevancia y sensibilidad.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y otros actores internacionales de peso, hermanaron el desarrollo sustentable con el crecimiento económico.
La economía verde constituye así una propuesta ad hoc al sistema de producción actual en tanto que, parte de la idea de fomentar el crecimiento económico esencialmente a partir de hacer “inversiones verdes”, negocios con tecnologías “verdes” ya sea en materia energética, producción de alimentos, gestión del agua y de residuos u otros.
El vínculo con algunos beneficios sociales es añadido, pero en el fondo se trata de un asunto secundario ya que el mercado sigue siendo el mecanismo central en la distribución de la riqueza y los eventuales beneficios.
En este sentido, el discurso de la economía verde puede resultar atractivo; sin embargo, el crecimiento económico no es, en la práctica, igual a calidad de vida, de ahí que un consumo global menor de energía y materiales no necesariamente impliquen mala calidad de vida para el grueso de la población, siempre y cuando la distribución de la riqueza sea menos asimétrica y la lógica de la producción se sustente en la reproducción de la vida.
Por otra parte, la sustentabilidad puede ser vista en positivo, es decir, como una variedad de sociedades, culturalmente distintas, que conviven en territorios concretos y biofísicamente diversos pero que tienen rasgos comunes. Esto es, que se reconocen como parte de la naturaleza y por lo tanto, aunque pretenden la mejor calidad de vida posible, al mismo tiempo toman en consideración y operan dentro de las fronteras ecológicas planetarias, siendo consecuentemente cada vez más ahorradoras, socialmente más justas, menos reactivas y más preventivas.
De tal manera que el concepto de desarrollo sustentable presenta una variedad de interpretaciones que se asocian a nociones de sustentabilidad débil o fuerte, es decir, a aquellas ancladas más en la valoración antropocéntrica y unilateral de la naturaleza por medio del mercado o bien, a valoraciones que atienden múltiples criterios, las cuales, procuran romper con posicionamientos antropocéntricos y lineales.
La genuina sustentabilidad es aquella que se construye con una diversidad de propuestas, social, histórica y culturalmente diversas, que busca trascender el estado de creciente transgresión de las fronteras ecológicas planetarias y de alienación social.
En virtud de los efectos que ya se viven como consecuencia de la alteración de los procesos que enmarcan los límites planetarios, se precisa inevitablemente un cambio de paradigma en las relaciones que la sociedad establece, tanto con la naturaleza, de la cual es parte, así como con sus semejantes. Es decir, en términos de las estructuras de poder y toma de decisiones, así como de las propias relaciones de producción, incluyendo la distribución y el consumo, que hoy por hoy develan cada vez más su inviabilidad socioambiental.
Los datos son claros, los consumos y afectaciones ambientales siguen en aumento; y aquellos a los que se les atribuye mayor impacto, en términos per cápita, corresponden a los países desarrollados. De continuar la tendencia actual, habrá un incremento en la actividad extractiva de hasta tres órdenes de magnitud para el 2050.
Referencias:
Delgado Ramos, Gian Carlo, Mireya Imaz Gispert y Ana Beristain Aguirre. «La sustentabilidad en el siglo XXI.» Interdisciplina 3, n° 7 (2015): 9–21.
Steffen, Will, Katherine Richardson, Johan Rockström, Sarah E. Cornell, Ingo Fetzer, Elena M. Bennett, Reinette Biggs, Stephen R. Carpenter, Wim de Vries, Cynthia A. de Wit, Carl Folke, Dieter Gerten, Jens Heinke, Georgina M. Mace, Linn M. Persson, Veerabhadran Ramanathan, Belinda Reyers Sverker Sörlin. «Planetary boundaries: Guiding human development on a changing planet.» Sciencexpress, 2015: DOI: 10.1126/science.1259855.
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