Hace dos días, el 10 de septiembre, la Ciudad de México fue el plató de una de las tragedias urbanas más graves de los últimos años. Una pipa que transportaba casi 50 mil litros de gas licuado volcó y explotó en el puente de la Concordia, en la periferia de Iztapalapa. Las ruinas fueron humanas y materiales: por lo menos ocho personas perdieron la vida, más de noventa resultaron heridas y decenas de vehículos quedaron calcinados.
Supimos de la tragedia en redes sociales y diferentes medios, observamos imágenes de fuego y destrucción y conocimos más sobre la misma por los testimonios de quienes estuvieron ahí, como víctimas y como rescatistas. Esta entrada es para hablar sobre el papel de los segundos, en específico, sobre los policías que, sin equipo especializado de bomberos ni preparación médica avanzada, se convirtieron en “brigadistas” improvisados.
En medio de la confusión y el miedo, elementos policiales auxiliaron a víctimas con quemaduras graves, ayudaron a evacuar a personas atrapadas en vehículos y cargaron en brazos a menores para ponerlos a salvo.
Justamente uno de los testimonios que más nos ha conmovido es el del oficial Sergio Ángel Soriano, quien narró cómo ayudó a retirar la ropa en llamas de una mujer, Alicia Matías Teodoro, quien salvó la vida de su nieta. El oficial también da testimonio de como ayudo a realizar el traslado de la bebé herida a un hospital del IMSS (Instituto Mexicano del Seguro Social).
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Seguridad Urbana (INEGI, 2025), las autoridades de seguridad pública que generan mayor confianza entre la población son la Marina (88.7%), la Fuerza Aérea Mexicana (86.5%) y el Ejército (83.7%). En contraste, la Policía Estatal (53.1%) y la Policía Preventiva Municipal (48.5%) se ubican en los niveles más bajos de confianza ciudadana. Estos datos encierran una paradoja: las corporaciones más próximas a la vida cotidiana son las que enfrentan mayores retos de legitimidad.
Por esta razón, en IEXE Universidad, decidimos resaltar la actuación de los policías en Iztapalapa, para complementar estas estadísticas con una realidad menos visible: los cuerpos policiales más cercanos a las personas son los primeros en actuar en este tipo de accidentes. Antes de que lleguen bomberos, ambulancias o rescatistas especializados, son ellos quienes están a la mano y enfrentan la situación con los recursos que tienen a su alcance.
Se tiende a conectar la función policial con la vigilancia y el combate al delito, pero su papel es mucho más amplio. En emergencias como la de Iztapalapa, la policía representa el primer contacto institucional con la ciudadanía, por ende, su actuación puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte de las personas afectadas.
Por ello, la seguridad pública debe entenderse también como un campo de acción ligado con la gestión de riesgos, la atención humanitaria y la protección civil. En ciudades muy pobladas, como la Ciudad de México, la probabilidad de desastres o accidentes es mayor, así que contar con policías capacitados en manejo de crisis, primeros auxilios y protocolos de evacuación es tan relevante como su labor preventiva frente al delito.
En este sentido, el caso de Iztapalapa nos lleva a preguntarnos: ¿están nuestras policías preparadas para enfrentar emergencias de gran magnitud? ¿Con qué protocolos y recursos cuentan los oficiales para atender a la ciudadanía en escenarios extremos?
La respuesta apunta a la necesidad de políticas públicas integrales que fortifiquen la capacitación y dotación de las corporaciones policiales. Estas políticas deberían considerar al menos tres dimensiones:
Los policías que en la tragedia de Iztapalapa actuaron como rescatistas deben recordarnos que la seguridad pública también tiene un rostro humano: el de quienes, más allá de las cifras de confianza o desconfianza, se convierten en la primera línea de auxilio en medio de la emergencia. Sin duda, las imágenes de oficiales cargando a víctimas entre las llamas son la prueba más clara de ello.
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